El inicio de las campañas políticas trae consigo nuevas esperanzas, nuevas promesas, imágenes de gente sonriendo por doquier, pidiendo el voto para tal o cual partido. El amigo que regresa cada tres años para pedir el apoyo. “Ahora sí nos van a cumplir”, “esta sí es la buena”.
Parece un programa de televisión que ya hemos visto antes, las mismas caras, quizá un poco más arrugadas, pero la misma amistad que solamente se requiere cuando hay campaña.
Vemos políticos cambiar de un partido a otro, la misma persona con diferentes colores, la misma persona que tiene veinte años pidiendo el voto, eso sí, rodeado siempre de mujeres y jóvenes. Porque la mujer se convirtió en un botín político y los jóvenes entusiastas aún son fáciles de engañar.
Todos se dicen ser diferentes, todos se dicen tener las soluciones a los problemas ya identificados, todos son cercanos a la gente, todos se dicen pueblo, pero pocos realmente lo son.
Una playera, una bandera, las clásicas porras, la canción pegajosa, bien podría ser la porra de un equipo deportivo, no hay mucha diferencia en colores y gritos de apoyo, entre el fanatismo que invade a algunas personas por defender sus colores, a su candidato, a su esperanza.
Pero sí que hay grandes diferencias entre apoyar a un equipo deportivo y a un candidato a un puesto político. El primero te trae alegrías y tristezas, pero solamente eso, son actividades recreativas. Incluso los profesionales deben ser los menos apasionados. Pero un político es diferente, es complicado evaluar su desempeño, sobre todo cuando esconden la información, sobre todo cuando tienen más excusas que resultados.
La situación se pone seria si razonamos que en ese político estamos poniendo nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Una pandemia mal manejada puede dejar medio millón de muertos, puede dejar diez millones de personas en la pobreza extrema.
Un mal manejo de la seguridad trae desvelos, zozobra, inquietud. La eterna preocupación por perder lo poco que se tiene. Un político mal elegido trae situaciones en las que miles de personas vivimos con el miedo como común denominador.
Un mal político pone en riesgo el futuro de nuestros hijos, el futuro de generaciones enteras. Esos políticos ganarán su dinero y se irán, desaparecerán un tiempo, apostando a la corta memoria de los votantes. Después regresarán, con su sonrisa y nuevas promesas, nuevas esperanzas.
Se escuchan propuestas, todas se parecen, todos pretenden ser la gran solución. ¿Cómo podemos creer en sus propuestas? ¿Cómo volver a creer en aquellos que nos han fallado tantas veces?
Nuestros votos valen, y valen mucho, valen tanto como el futuro de nuestra sociedad. Los políticos lo saben, por eso se invierte tanto tiempo y dinero en las campañas políticas.
El actual gobierno apuesta a que la ciudadanía, desanimada y desesperanzada, no salga a votar. Esa es la fórmula para que se mantengan en el poder, que únicamente salgan a votar aquellos que reciben ayudas económicas y, por miedo a perder, ahora sí, sus privilegios, voten sin pensar por el partido en el poder.
Hace años cuando se decía a una persona floja que la mantuviera el gobierno. Ahora es una realidad, este gobierno mantiene y fomenta la mediocridad a cambio de votos.
Tampoco es que los partidos opositores tengan tan buenos candidatos, pero sí se les puede cuestionar:
¿Qué van a hacer?
¿Por qué lo van hacer?
¿Cómo lo van a hacer?
Se escucha a todos los candidatos ser yo-yos, yo puedo, yo hago, yo prometo. Pero en una democracia el poder no se le puede dar a una sola persona.
Se tiene que cambiar el yo por el nosotros. Las soluciones no están en una sola persona, están en grupo de personas que se complementan y se ayudan entre sí. El futuro está en la cooperación mutua por encima del individuo. El gobierno debe ser un grupo de individuos con cualidades y capacidades acordes al puesto que desempeñen, que trabajen en armonía y con objetivos comunes, buscando siempre el bien de la sociedad por encima del propio.
Cuidado señores políticos, ya no se juega con la esperanza de la gente. Los medios de comunicación hacen cada vez más difícil engañar al pueblo. Aquella mayoría silenciosa está siempre observando, razonando, y llego el momento, van a salir a ejercer su poder.
El “yo” está agotado, es tiempo del nosotros.