“Un día Dios dijo hoy trabajé mucho y es hora de ir a recreo. Dios y sus amigos se pusieron a jugar fútbol y Dios chutó tan duro la pelota que cayó en un rosal y se ponchó. Al explotar la pelota, se creó el universo y todas las cosas que conocemos”. Con estas palabras de un niño de siete años, Juan Villoro comienza su libro “Dios es redondo”.
Traigo a colación este libro, porque el tema del momento, sin duda, es el mundial de Catar 2022, que comenzó este 20 de noviembre que ya está en boca de todos… aunque no sólo por el futbol como tal, sino también por todo lo que encierra -o encubre- a nivel político, económico y social.
Hay que decirlo, para nadie es un secreto que el país anfitrión ha sido duramente criticado por su historial en materia de derechos humanos, de manera particular, de los trabajadores migrantes, discriminación a las mujeres y personas LGBTQ. Freedom House, organización que analiza los cambios y retrocesos democráticos en el mundo, ha clasificado a Catar como un país sin libertades.
Las cifras no mienten. Versiones periodísticas señalaron en 2021 que más de 6.500 trabajadores migrantes del sudeste asiático habían muerto mientras se construían los estadios. Las relaciones entre personas del mismo sexo están estrictamente prohibidas, y las personas transgénero deben someterse a una terapia de conversión.
Otro punto importante y por el que seguramente será recordado el presente mundial, es el que tiene que ver con la corrupción, señalamiento que atañe tanto al país sede como a la propia FIFA, y que no han podido aminorar desde hace más de una década en que el organismo rector del fútbol mundial, otorgó el torneo de 2022 a Catar por encima de propuestas con más méritos… la percepción generalizada fue desde entonces que se aceptaron sobornos.
Pero a todo esto, ¿cuál es la situación actual de Catar? Se trata de una de las economías más ricas del mundo, debido principalmente a sus recursos naturales en gas y petróleo, siendo el tercer Estado con la mayor producción de gas a nivel mundial.
Ahí, el emir ejerce un poder absoluto y los partidos políticos están prohibidos; la Ley Islámica guía la vida de sus habitantes; el derecho a formar sindicatos y a la huelga es extremadamente limitado; no hay organizaciones independientes de derechos humanos.
¿Con este controvertido panorama, los fans del futbol a nivel mundial seguirán de cerca los partidos? La respuesta es sí. Haciendo una remembranza, no es la primera vez que un anfitrión de la Copa del Mundo tiene un cuestionable historial sobre derechos humanos. Argentina ganó su primer trofeo en casa en 1978 bajo la dictadura de Videla, y México dejó volar palomas de la paz en el estadio olímpico en 1968, días después de que Díaz Ordaz ordenada la matanza de Tlatelolco. Lo político generalmente se detiene cuando la pelota entra a la cancha. Pero va de la mano.
Es cierto que un partido de futbol puede derivar en complejos mecanismos de control como la manipulación, la persuasión, las cortinas de humo, las válvulas de escape e incluso la confrontación, que se ejercen desde el poder y se dirigen a un público masivo.
Pero el mayor espectáculo del balompié a nivel mundial, puede servir de escaparate para denunciar las malas prácticas de los gobernantes, y también para conocer más sobre el contexto político de los distintos países que participan, sobre todo del país anfitrión. Esto da oportunidad de poner bajo los reflectores, temas que a todos deberían ocuparnos pero que gracias a la magia y arrastre de este deporte, pueden hacerse más visibles.
La invitación es a disfrutar del deporte y el espectáculo de cada cuatro años, así como aquel niño que relataba el inicio del universo a partir del estallido de un balón de futbol… pero sin perder de vista el contexto político que rodea a cada uno de los mundiales. Porque futbol y política es un binomio inseparable.
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