Orlando Goncalves
En las elecciones de los últimos meses en Ecuador, Perú, Chile y México, se escogieron presidentes, diputados, alcaldes, gobernadores, con diversidad de campañas, desde las muy creativas, hechas con profesionalismo, mensajes poderosos que conectaban con la ciudadanía, hasta las que banalizaron la política al extremo.
Es comprensible que los ciudadanos estén desencantados de la política; en buena medida los políticos se han encargado de crear esa situación, generando un círculo vicioso; pues, por esa decepción que tiene los ciudadanos de la política, se alejan de ella, dejando de participar, facilitándole a los políticos que lleguen al poder con menos esfuerzo y con menor número de votos.
Lo perverso de esta situación es que cada vez que un presidente, un gobernador, un alcalde o un diputado, toman una decisión, la misma tendrá un impacto directo sobre toda la ciudadanía.
Lamentablemente, en estas últimas elecciones hubo -literalmente- campañas donde los candidatos hacían el ridículo con bailecitos, disfraces de súper héroes, imitaciones de boxeadores o luchadores, abrazos con perros, caballos o burros, féretros y carrozas fúnebres; así como cualquier cantidad de Tik Toks, todo para tratar de darse a conocer; olvidando que no basta con que te conozcan, la política exige mucho más que payasadas para conseguir el voto.
Esta banalización en las campañas viene a degradar aún más la política, ya que los ciudadanos en actitud de protestas votan por estos personajes, permitiéndoles, a algunos, llegar a posiciones de poder sin merecimiento alguno.
Por ejemplo, qué pasará en la Constituyente chilena que tiene un porcentaje importante de estas personalidades que llegaron haciendo monerías, y ahora tienen la obligación de redactar una nueva constitución.
O tratemos de imaginar cómo serán los gobiernos de alcaldes y gobernadores que se hicieron virales, ellos o sus esposas, que a lo largo de la campaña no presentaron una sola propuesta, una idea coherente, solo estimularon el malestar que ya traían los ciudadanos y se identificaron con ellos; u otros que se presentaron ante los electores como los “vengadores”, aquellos que van a castigar a los corruptos, a los gobernantes sinvergüenzas.
En fin, esta tendencia de la banalización de la política está incrementando el -votar contra un candidato- no a favor del otro-. Ese fenómeno se dio recientemente en Ecuador, México y Perú, donde votar por una opción era hacerlo para castigar a la otra; no por un convencimiento que fuera lo mejor para el país, la ciudad, e incluso, para el propio ciudadano.
Esta trivialización de la política trae serias consecuencias para las democracias, pues, al encontrar eco en los ciudadanos permitiendo que el fenómeno crezca, debilita las instituciones; mostrando con ello como los partidos políticos tienden a ser cascarones vacíos, sin dirigentes preparados, sin consciencia de la responsabilidad ante la sociedad y ante la misma democracia.
Las evidencias muestran una relación directa entre qué tan buena es una campaña y cómo será el desempeño en el gobierno. Si la campaña fue razonablemente buena, es posible que el gobierno sea razonablemente bueno, pero si una campaña fue mala, es casi seguro que el gobierno será un desastre.
También es cierto que un buen candidato no necesariamente será un buen gobernante, pero un candidato que esté dispuesto a hacer el ridículo en vez de generar diálogos con los ciudadanos, de hacer bailecitos en vez de debatir propuestas con los ciudadanos, de disfrazarse de súper héroe en vez de conversar con la gente sobre los problemas de interés mutuo y cómo abordar soluciones a esos problemas, evidentemente, no tendrá las condiciones y, por ende, no podrá ser un buen gobernante.
Suficientes problemas ya tienen las democracias con la hiperpolarización, con la división de las sociedades, con las estigmatizaciones que se hacen unos ciudadanos contra otros, para que ahora se le agregue la banalización a la política.
El significado de política es muy amplio, pero, no solo es la conducción de un país, ciudad o comunidad, también está relacionado, especialmente, con el bienestar de los asociados, y adicionalmente, y no menos importante, con el arte de la negociación para conciliar intereses de todos los ciudadanos.
Cuando resaltan los abusos de gobernantes, cuando se percibe la búsqueda del poder por el simple hecho de ostentarlo y servirse de el, es tiempo entonces de dejar a atrás la banalización de la política y reconsiderar con urgencia la importancia del objetivo y el impacto que ella tiene en la vida de los ciudadanos. La política con P mayúscula es posible y hay que tráela de vuelta.