Bien y a la Primera
Omar Espinosa
La voz es una herramienta poderosa, capaz de moldear opiniones y trascender barreras. Sin embargo, es decepcionante y hasta frustrante observar cómo algunos actores de la comunicación oral, eligen el camino de la mediocridad al rechazar las oportunidades de certificación y evaluación que podrían profesionalizar su oficio y marcar una diferencia tangible.
Es comprensible que la experiencia laboral y el conocimiento empírico desempeñen un papel crucial en el desarrollo de habilidades comunicativas. Sin embargo, no podemos ignorar las ventajas que brinda la certificación.
Es un camino que no solo valida el talento innato, sino que también refuerza el compromiso con la excelencia y la responsabilidad en el ejercicio de la comunicación.
La resistencia a una certificación, parece ser una puerta abierta a la explotación laboral en el mundo de la radio y la televisión, donde la mediocridad se convierte en un terreno fértil para empresarios inescrupulosos que, al no encontrar una resistencia sólida, mantienen sueldos bajos, jornadas extenuantes y beneficios laborales mínimos.
La falta de certificación se convierte en un demérito que perpetúa este menosprecio hacia la locución y la profesionalización de la voz.
Es necesario que los locutores reflexionen sobre el impacto de su decisión, pues una certificación no solo abre puertas a mayores oportunidades laborales y salariales, sino que también contribuye a la mejora personal y la calidad de vida. Negarse a este proceso significa aceptar un “estatus quo” que limita el potencial de crecimiento individual y colectivo.
¿Hasta qué punto se puede exigir un cambio social cuando se elige permanecer en la complacencia profesional?
La voz, como instrumento de cambio, requiere un compromiso serio con la mejora continua y la responsabilidad hacia la audiencia y en el futuro, los locutores podrían encontrarse lamentando las oportunidades perdidas y las puertas cerradas.
Así que no hay derecho a quejarse de salarios injustos, jornadas agotadas o falta de reconocimiento si se elige prescindir de una certificación, la capacitación constante y el compromiso con nuestra profesión.
La voz, cuando se profesionaliza, se convierte en un detonador para el cambio social y en una herramienta para exigir condiciones laborales justas, de tal forma que, ya en última instancia, la certificación no es solo un papel que valida habilidades; es un compromiso con el propio crecimiento y con la audiencia que confía en nuestra voz como un medio de información y entretenimiento.
La paradoja del silencio persistirá mientras los locutores eligen ignorar las oportunidades que podrían transformar no solo sus carreras, sino también el panorama de la comunicación en su conjunto.
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